Cuenta la tradición que allá por el 1820 el mes de Mayo, un barco procedente de Tánger amarró en nuestra costa para enterrar en la arena, tapado con un capote, uno de sus tripulantes que había muerto en extrañas circunstancias.
El maleficio tuvo lugar cuando poco después un payés, que precisamente paseaba por los alrededores, vio el capote i se lo puso para cubrirse de la humedad de la noche, mientras subía hasta Son Servera. Murió al día siguiente y en poco tiempo ya fueron 50 las personas fallecidas.
En cambio, otras fuentes señalan otras causas del origen de la epidemia. Si bien mantienen que llegó un barco a la bahía, explican que en el pueblo de Son Servera, una vecina murió en circunstancias poco claras clínicamente y que seguidamente, fallecieron su marido y un vecino de éstos. Se cree que los dos hombres habían colaborado en las tareas de descarga del barco que había llegado a la costa para traer trigo, ya que había escasez a causa de una gran sequía en la comarca. Desde entonces se propagó la enfermedad.
Sea como sea, la acelerada proliferación de la epidemia, obligó al médico del pueblo juntamente con el de Artá, a reconocer la enfermedad y decidieron aislar a los enfermos.
A principios de Junio, la Junta Superior de Sanidad obligó a establecer el cordón sanitario militar en Son Servera, prohibiendo terminantemente traspasarlo.
El pueblo entró así en un ambiente desolador, porque nadie se atrevía a salir a las calles. Fue devastadora, había 1808 habitantes en el pueblo y murieron 1040; quedaron 768 personas, a las que tenemos que agradecer, por medio de este sincero recuerdo, el esfuerzo que hicieron por reconstruir socialmente nuestro pueblo.
Cerca de tres meses duró la agonía y desgracia de los serverinos, hasta que poco a poco, a finales del mes de agosto, parecía que ya estaba todo controlado, de hecho ya no hubo más muertes, aunque se mantuvo el cordón un largo tiempo por precaución.
El 5 de junio de 1820, el alcalde de entonces, los regidores y el vicario, decidieron que marcarían como día festivo oficial el día en que se levantase el cordón sanitario, el día 1 de febrero.
El "pastoret", la obra escultórica de Eduardo Servera, y que ahora nos representa y que vela por nosotros en la Plaza de s'Abeurador, nos hace sentir emociones contrapuestas: por un lado la alegría de ver ahora un pueblo rehecho, de futuro, y con sus vecinos orgullosos de ser quien son y de donde son; y por otro lado, la emoción de recordar a nuestros antepasados que con tanta mala fortuna, sufrieron la devastadora enfermedad.